Mi Vida En El Pasado
Reinaldo Diaz.
Esta historia de mi vida en el pasado, es una
historia real pero abreviada, no es completa por falta de tiempo y espacio;
aquí se detalla solamente lo más sobresaliente de lo que viví.
Nací el 22/10/1958. Mi madre se separó de mi padre
cuando yo tenía apena tenía 4 años, un hermanito de 2 y una hermanita de mes y
medio mas o menos. A consecuencia de la separación de mi madre, crecimos con ella
en extrema pobreza; no conocí calzado y ni abrigo para el invierno desde mi niñez
hasta mi adolescencia. Crecí en el
mayor sufrimiento que una persona podría padecer. A los 18 años fui llevado a
cumplir con el servicio militar obligatorio en mi país Argentina; a los 20
años, salí del servicio miliar y como cualquier joven sin Dios, fui vanidoso;
yo no vivía para el futuro sino, solo pensaba en el presente, no estaba en mi
mente el mañana; estaba muy apurado en casarme sin pensar en consecuencia
alguna; creí que eso era la felicidad y el disfrute de la juventud.
En el año 1981, conocí a una joven y me uní a ella
en unión libre; al principio me parecía que estaba tocando con el dedo el cielo.
Pero, a los pocos meses, ya comenzaron aparecer los problemas; al principio
parecía que era normal pero, fueron pasando los días y los meses y las cosa iba
de mal en peor y para tal entonces, yo
no conocía al Señor; era un hombre más del mundo, entre los tantos. Esta mujer,
desde el principio me traicionaba y yo aprendí a perdonar y siempre con la
esperanza que las cosas iban a cambiar y
que todo iba estar bien; pero las cosas no fueron así; al contrario, se
convirtió en una desgacia.
En el año 1985 yo conocí al Señor Jesucristo
rindiendo a El mi vida y ella también, Dios hizo un cambio total en mi vida
pero a ella, yo la veía muy fría en las cosas de Dios; es decir, no vi cambio
en ella; Ella continuó viviendo mal delante del Señor, siéndome infiel y
participando de la santa cena de esa forma. Nacieron cinco hijo con ella 4 varones
y una nena la mayora. Vivíamos peleándonos casi todos los días; procuraba evitar las peleas pero
era inevitable por las malas conductas de ella. En oportunidades yo vi cuando
ella salía con otro hombre pero, ella me pedía perdón y yo la perdonaba,
siempre estaba dispuesto a perdonar. Viví siete año con ella y a partir de los
cinco años de estar viviendo con esa mujer, las cosas se agravaron
extremadamente; yo trabajaba y ella salía con la escusa de que tenía que ir al
médico y dejaba los chicos en casa solos y el más pequeño un bebé de apena unos
tres meses de edad, yo regresaba del trabajo al medio día tenía que encargarme
de la cocina, cambiar el bebé y darles de comer a los más pequeños y dejarle a
la nena de 6 años para que le cuide al bebé para que yo pueda trabajar. Viví
una vida desgraciada y miserable, no era feliz mi vida era una desgracia, yo
muchas veces me pregunte para qué mi madre me trajo en este mundo, que sentido
tenía una vida así de esa forma. En el año 87 ella se fue de casa llevándose
todos los chicos y todas las cosas de la casa quedándome yo solo como un gato
abandonado en una casa deshabitada solamente con mi ropa. Tuve que irme a vivir
con mi hermana y estando yo allí, volvieron tres chicos los más grandes; tome a
los chicos y me fui a las autoridades para dejar al conocimiento de ellos lo
que estaba pasando.
Volví a mi trabajo y empecé de nuevo con los tres chicos; pasaron los
meses y un día me fui a ver a los pequeños, que estaban con ella, los vi que
estaban muy mal, enfermos y con tercer grado de desnutrición no porque le
faltara alimento sino, porque no le cuidaron con la leche y el organismo sufrió
una descomposición llamado empacho de manera que todo lo que los pequeños
comían, lo despedía vía anal, tal como lo habían ingerido; el aparato digestivo
había dejado de funcionar por lo tanto los intestinos no funcionaba, así como
ellos ingería el alimento, lo volvía a despedir; vivieron un año de esta manera enfermos y, cuando la mamá vio que ellos iban a morir, ella los
dejo abandonado en una casa y me escribió una carta pidiéndome que por favor lo
retirara de allí porque ella (mintiendo dijo) que tenía que internarse en el
hospital. Me fui esa misma noche a
buscarlo y me acompañó mi hermano mayor; cuando llegué a la casa donde ella
vivía, lo encontré el más pequeño estaba en una amaca todo sucio en su propia
materia fecal, y el más grandecito, una vecina de enfrente le había llevado
para cambiarle los pañales porque por causa de la diarrea los dos no podían
camina ni siquiera gatear (como decimos nosotros los argentinos).
El cuerpito de ambos niños eran esqueléticos, sus
bracitos eran solo huesos y piel. Sus costillas se le aparecían todos los
huesitos, el abdomen de ambos niños era como como globo inflado, sus ojitos
estaban hundidos en las cuencas, el cuello y la cabeza solo resaltaban huesos.
Ellos estaban vivos por milagro de Dios. Los llevé a mi casa y, entonces
comenzó la tormenta más grande de mi vida; tenía que trabajar y a la vez
cuidarlos; la nena de siete años (ya había cumplido) la tuve que sacarla de la escuela para que cuidara de sus hermanitos.
Yo atendía mi trabajo y al mismo tiempo tenia que atenderlos a los niños
especialmente los dos enfermos; cambiar los pañales a los dos, 4 a 5 veces por
la mañana y de la misma forma por la
tarde. Los llevé al médico y la doctora se espanta de como esos chicos estaban
vivos en ese estado, según ella-la doctora- nunca había visto un caso así. Me
dieron toda que clase de medicamentos y alimento para los niños, pero de nada sirvió,
ellos continuaron de esa misma manera sin mejoría y para ese entonces, yo había
entrado en una gran depresión y en un estado de desesperación; vivía llorando
todos los días, no tenía paz, mis
hermanos en la fe, me habían abandonado con escepción de dos hermanos en Cristo
que me venían a ver; no pude congregarme más en la iglesia por causa de la
atención de los niños aunque nunca abandone la oración, la lectura de la
Palabra de Dios y me mantuve firme en la fe; nunca puse alcohol y ni cigarro en
mi boca, Dios es testigo.
Tuve que tomar una decisión y escoger entre seguir
trabajando y dejarlo morir a los pequeños o, abandonar el trabajo y
cuidarlos-aunque eso significaba una vida muy penosa pero elegí esa- aprendí a
vivir por fe, mi vida era miserable y
aparentemente sin sentido; fue entonces cuando yo caminaba por una calle en
barrio con mis ojos lleno de lágrima y gran angustias cuando oigo una voz que
dice: “mira a tu izquierda”, mire y
solo vi un tambor (Tacho) que contenía basura; la voz me volvió a hablar y me dijo “tu vida vale menos que ese tacho de basura”. Yo en ese momento pensé
que era verdad, mi vida de esa manera no valía nada. La voz me volvió a hablar
y me dijo “que Dios me había dejado y
que para mí, todo se había acabado y si yo insistiera en seguir viviendo así,
iba a quedarme loco y que mi lugar iba ser el manicomio, lugar de los locos”.
Yo me
pregunte en ese momento porque Dios me había dejado y la voz maligna me dijo:
“Ho, es por un pecado grande que cometiste y te olvidaste”, me citó un pasaje
de la Biblia donde cuenta la historia del rey Saúl que había pecado contra Dios
y que después Dios le desechó.
Todo esto era una mentira del enemigo haciendo uso
de mi sufrimiento, quería arrastrarme al
infierno. La idea de suicidio se me clavó en mente y no podía deshacerme de
ninguna manera, pero yo clamaba al cielo que Dios me ayudara cruzar ese momento
tan difícil para mí, viendo los dos niños que se me estaban muriendo de la peor manera; me
arrodille delante del bebé mas chico (que ya tenía un poco mas de un año) y
puse mis manos en su pancita, y levante la otra al cielo y reprendí en el
Nombre de Jesús esa enfermedad; y un milagro extraordinario ocurrió la diarrea
se cortó en el acto, dos días más tarde, me anime y oré por el otro chico y mi
Dios hizo la obra, el niño fue sanado en la
misma hora, gloria le doy a mi Dios.
La tristeza, la angustia la depresión continuaron
por dos años más; un día, yo me iba la casa de mi hermana, cuando Salí del
asfalto e ingresé en un camino de tierra, yo iba llorando (y ya había trascurrido por más de
dos años), he iba preguntando al Señor “porque me paso todo esto”; al instante me encontré caminando hacia dos
direcciones al mismo tiempo; literalmente yo era consiente del lugar donde
caminaba, tenía una zapatilla blanca, veía el camino de tierra por delante y a
los lado del camino había monte silvestre y estaba solo pero, al mismo tiempo
yo caminaba al lado opuesto con los cinco hijos pequeños y caminaba por una
gran ciudad pero, que no tenía ningún edificio en pié; estaba totalmente
destruido, solo se veía grandes escombros y hierros retorcidos; yo me iba
caminando con los cinco chicos todos estábamos tomado de las manos, dos a mi
lado derecha y tres a mi izquierda y todos estábamos descalzos. Eso duró
aproximadamente unos 50 segundos y desapareció me encontré caminando normal.
Entre en el monte arrodillándome en suelo, Le pregunte al Señor con mis ojos
bañado en lagrimas: “que significaba eso Señor” y la respuesta vino en el
momento, el Espíritu del Señor me dijo: “un matrimonio cuando se llevan bien,
es como una hermosa ciudad donde todas cosas hermosas y codiciables hay pero,
cuando se destruye, queda así y el tuyo quedó así; no hay más reparo con esa
mujer”.
El estado depresivo continuó por dos largos años y
nosotros vivimos de lo que Dios proveía, yo no podía trabajar por causa de los
niños, no tenía quien me cuidara a ellos; la desesperación iba aumentando de
grado en grado. Fui a la iglesia comencé a congregar de nuevo, los niños ya estaban sanos y habían crecido pero,
no me podía librar la depresión, el cielo pareciera que se me había cerrado mi vida era una verdadera
desgracia y calamidad, un día dije en mis pensamientos antes de irme al culto:
“hoy será la última vez que piso en la iglesia, después nunca más voy a pisar
en la iglesia, sin embargo fue el día en
que Dios me libró del estado depresivo y me devolvió la fuerza y el gozo en mi
corazón. El Señor envió a un matrimonio muy joven a la iglesia los cuales era
de procedencia del Paraguay y me reveló el por qué tuve que cruzar esa gran
prueba, el Señor me dijo que era necesario que yo pasara por esa experiencia
por causa del ministerio que él me entregaría en mis manos y, que de otra
manera, yo no le serviría; era necesario que yo fuese preparado de esa forma.
Casi once años ore por mi ex mujer para que ella volviera a casa para
cuidar a los niños (que ya estaban grande), y en ese período de casi once años
el señor me habló tres veces estando yo de rodillas y me dijo: “no ores por
ella porque no te responderé” pero yo insistía en oración pensando que no era
el Señor que me hablaba, y la última vez
que el Señor me habló me repitió lo mismo pero, añadió una palabra más y dijo:
“pero tu casa postrera, será mejor que la primera”. Entonces puse a prueba para
ver si era de verdad Dios el que me hablaba; oré y dije al Señor: “Si eres tu
Señor el que me hablas, permite que ella (mi ex esposa) venga a casa para que
hablemos con ella y si ella me responde
negativamente, entenderé que eras tú el que me hablas; para sorpresa nuestra
esa mujer apareció en casa antes de un mes (para ese entonces yo me había ido
con mis hijos lejos de la ciudad de donde estábamos con ella para otro pueblo
mas cerca de los parientes), yo le pedí que volviera a casa y los chicos
también le pidieron, pero ella dijo que no podía; entonces entendí que era la
voluntad del Señor que yo me apartara para siempre de ella; enseñé a los niño a
perdonar a su mamá y cuando ella viniera a verlos, que le tenían que recibir
con afecto y amor pues, era su madre.
Yo permanecí fiel a mi Dios y Él puso en mi camino a
una joven creyente de cuna, la cual es mi esposa y con ella hoy tenemos tres
preciosos niños. Trabajo para mi Dios en su obra, mi Padre celestial me sacó de
mi estado de humillación y me puso en
alto, El me exaltó. Soy pastor misionero y
presidente de la misión a la que
pertenezco. Servimos a Dios con mi dulce esposa Marta y mis tres hijos
preciosos: Dámaris, Pablito y Marilyn. los otros hijos que yo le crié solo, ya
están todo casados y viven bien. Aleluya adoro a mi Dios por su grandeza. Mi Dios
cumplió fielmente con sus promesas que mi casa postrera, sería mejor que la
primera. Felices aquellos que confían en el Señor (Jeremias 17:7-8) .